De ser cierto que las expresiones muchas veces repetidas pierden significado, podríamos afirmar que la frase “la crisis de la Covid nos ha igualado a todas y todos” es ya solo retórica que sirve de cabecera o de conclusión para artículos y debates. Sin embargo, pese a tener que afrontar el reto de superar la banalización a la que es sometida por ser usada por populistas e inoculadores de miedo, esta afirmación debe ser mantenida en el tiempo como eje central del análisis sociológico y de las demandas sociales que de él florezcan.
En una excelente entrevista realizada por Amanda Andrades, Santiago Alba Rico se pregunta “cómo se convierte la sensibilidad común en política común”. Tras reconocer él mismo que no tiene la menor respuesta y que ve más fácilmente los peligros que las oportunidades de construcción de alternativas que se nos presentan con la Covid, llama a aprovechar las fisuras que esta crisis generará en las élites dirigentes: “toda crisis también fragiliza a las élites dirigentes, las divide, revela sus grietas y sus conflictos. Como tienen más medios y más recursos van a tener siempre más facilidades para aprovechar esta oportunidad, pero hay que intentar aprovechar esa fisura, ese disenso entre las élites dirigentes, y eso implica organizarse lo suficiente como para ejercer alguna presión”. Coincido con él en la dificultad para construir nuevas realidades, y es precisamente por ello que reivindico un quehacer sociológico centrado en lo que sí se puede, un activismo en y sobre los intersticios.
En el mundo del ruidoso discurso neoliberal e individualista, los pequeños espacios por los que pasan la luz y el agua, las pequeñas grietas que pueden derrumbar las estructuras más fuertes a base de tiempo y desgaste, deben ser nuestro foco de atención. ¿El objetivo? Nuevas construcciones. Incidir en esos pequeños huecos para hacerlos cada vez más grandes hasta hacer insostenibles los viejos muros y edificar sobre sus ruinas. La economía capitalista de acumulación y las políticas que la legitiman son grandes diques de contención que impiden el paso al respeto y la aceptación de la diversidad; que matan a quienes han nacido en el lado “incorrecto” del mundo y que, además, sorprendentemente, esquivan la culpa que les corresponde por el sufrimiento que provocan (Hochschild, 2016).
Imanol Zubero, en su artículo «Recuperar el sentido de la economía moral» citando a Castoriadis dice que “el capitalismo vive agotando las reservas antropológicas constituidas durante los milenios precedentes” y añade que “es urgente, es literalmente vital, reaprovisionar esas reservas antropológicas, recuperar esos acuíferos morales hoy en grave riesgo de desecación”. Vivimos en el momento del rechazo a lo moral por considerar todo discurso con tintes compasivos como una amenaza o un ataque a nuestra forma de vivir (no se interprete de estas palabras una romantización del pasado, no es objeto de este artículo la comparación). Resulta inquietante que haya que dar muchas más explicaciones para justificar invertir el tiempo libre en colaborar con asociaciones vecinales para paliar los efectos de la crisis social que todas podemos ver, que para aclarar por qué decidimos meter horas extra en la empresa. Nuestra forma de vivir requiere de una ausencia de planteamiento sobre lo que es bueno o malo para el entorno. El uso pervertido de la palabra libertad es un claro ejemplo: ¿cómo podemos usarla continuamente y reclamarla para nosotras sin pararnos a reflexionar sobre la consecuente falta de la misma que supone para millones de personas nuestra forma de vivir?
Muchos de nuestros logros en esta parte del mundo, que a menudo son carentes de sentido más allá del propio logro, son solo posibles gracias a la explotación y devastación de vidas y recursos naturales. ¿Cómo hemos llegado a obviar el hecho de que nuestra forma de vida mata? ¿Cómo hemos llegado a construir tan sólidos “muros de empatía”? (Hochschild, 2016: 19, 20). La socióloga Arlie R. Hochschild, en su libro “Extraños en su propia tierra”, se introduce en el corazón de la derecha estadounidense para intentar entender a personas cuya ideología no solo perjudica directamente a otros seres humanos y al medio ambiente, sino a sí mismas y al ecosistema en el que viven: “Los llamados estados “rojos”, gobernados por los republicanos, son más pobres, registran más madres adolescentes, un índice de divorcio más elevado, peor salud, más obesidad, más muertes traumáticas, más bebés que nacen con bajo peso y más fracaso escolar. Sus habitantes viven de media cinco años menos que los de los estados demócratas o “azules”. De hecho, la diferencia de esperanza de vida entre Luisiana (75,7 años) y Connecticut (80,8) es la misma que existe entre Estados Unidos y Nicaragua (Hochschild, 2016: 26).
Como Hochschild, numerosas pensadoras y pesadores han centrado sus carreras en estas temáticas y como resultado tenemos un sinfín de teorías de enorme valor social. Dicho lo cual, si “la sociología está éticamente ligada a pasar del conocimiento obtenido en la investigación social a un proyecto de mejora social, que puede culminar en la acción política” (Lengermann y Niebrugge, 2019: 138), estamos llamadas a utilizar toda esa información para crear nuevos mundos. Esta era una de las premisas de Jane Addams, una de las principales sociólogas del siglo XX, no considerada como tal por una academia androcéntrica, elitista y obcecada en asemejar la Sociología a las Ciencias Naturales; fue esta convicción moral la que la llevó a construir el primero de los más de 400 asentamientos sociales que se crearon en Estados Unidos, la Hull House.
“Vivir desde lo deseable y no solo desde lo posible”.
Si tuviera que elegir una frase como conformadora de mi estructura de pensamiento, sería, sin duda, esta. Se la debo a uno de los mejores profesores que he conocido (desde aquí mi homenaje a las profesoras comprometidas con su trabajo), pues me devolvió a la tierra cuando mi imaginación solo conseguía volar por lugares donde el cambio social no es posible. Al contrario de lo que se nos suele inculcar, no hay nada más fantasioso que creer que lo que vivimos es lo que tiene que ser y que así ha sido siempre y que siempre lo será y, por supuesto, que lo que tenemos “es lo que hay”.
La estructura social, que es fuertemente determinante a nivel individual, no lo es tanto a nivel colectivo. La dificultad reside en verlo, en conseguir ver lo que nos une para construir nuevas dinámicas. “La comunidad está llamada a habitar su lugar en el mundo y las relaciones primarias y, en general, comunitarias”, dice Fernando Fantova, pero, ¿cómo lo hacemos?
Los intersticios, antes mencionados, son dos: los cuerpos y las comunidades. Ambos negados por el mismo patrón de pensamiento: todo lo que devuelva al ser humano a la raíz es perjudicial para el buen funcionamiento del sistema establecido, pues las necesidades humanas raramente coinciden con las necesidades de producción. Difícilmente discutible se ha vuelto esta afirmación tras las decisiones tomadas en la crisis del coronavirus (abrir fronteras para el turismo, terrazas, piscinas, bares, comercios, etc. con la pandemia sin erradicar). Volver al cuerpo significa ser conscientes de su fragilidad y limitación, significa volver a la gestión primaria del tiempo (Alba Rico, 2017) por ser conscientes de nuevo de su finitud.
Ser cuerpo significa entender que lo que pasa en él, con él y a su alrededor transforma el entorno y transforma el propio ser, el propio cuerpo. Solo desde esta esencia podemos comprender la paradoja mediante la cual un cuerpo puede llegar a enclaustrarse para liberarse. Mujeres como sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), que ingresaron en conventos y se hicieron monjas para no tener que casarse a la fuerza y poder así leer y hacer política, sabían que la vida religiosa era la única forma que tenían de participar de la vida pública, social e intelectual (Alba Rico, 2017). De una forma similar, el confinamiento ha permitido, en algunas ocasiones, liberarnos a nivel intelectual por habernos despojado de obligaciones sociales y laborales. Ayer mismo, en una conexión con alumnas de la Universidad Autónoma de México, que fue posible gracias a la implicación de dos profesoras de esas que te hacen seguir adelante (gracias, una vez más), tuve la oportunidad de leer y escuchar, de la mano de personas con realidades francamente duras, creaciones bellas y dolorosas nacidas y/o desarrolladas durante el encierro forzado.
Ser comunidad significa sabernos cuerpos interdependientes. Significa saber que mi decisión influye en mayor o menor medida en la vida de la otra. Sí o sí. Queramos o no. Ser comunidad es contribuir a mejorar el entorno, y es hacerlo con quienes nos rodean, porque nadie tiene la clave y todas la tenemos. Comunidad es Bakuva, Open Armas, La vía Campesina, Bilboko Elkartasun Sareak, Existe amor, Mujeres de Negro, Fuentes Rojas, Cuerpos Gramaticales, Huerto Alegre, Ecuador Etxea, y tantas y tantas asociaciones compuestas por personas que saben que son responsables de las vidas de otras en la medida en que otras son responsables de sus vidas. Podría llenar hojas enteras nombrando la cantidad de iniciativas comunitarias que existen. Porque sí, existen. Y hacen el trabajo en el que debemos enfocarnos para dejar de ser manipuladas con discursos que hablan del ser humano como un depredador y de la competición como única vía de progreso.
El mercado manda, España es un país que vive del turismo; los bares y restaurantes deben abrir, las turistas deben entrar. Así es nuestra economía, así somos, y así debemos ser. Solo que eso no es verdad. Es una construcción social erigida sobre la base de otra construcción falsa, la de que las personas sobrevivimos compitiendo y no colaborando. Es cierto que este marco mental goza de unos cimientos tan fuertes que parece inamovible, pero es igualmente cierto que tenemos una gran capacidad para imaginar y soñar, y es gracias a esa característica humana que podemos y debemos restaurar el mundo en el que vivimos, el mundo que somos.
Bibliografía sin enlace en el texto:
Alba Rico, Santiago (2017). Ser o no ser (um cuerpo). Barcelona: Planeta.
Hochschild, Arlie Russell (2016). Extraños en su propia tierra. Requiem por la derecha estadounidense. Madrid: Capitán Swing.
Lengermann, Patricia y Niebrugge, Gillian (2019). Fundadoras de la Sociología y la Teoría Social. 1830-1930. Madrid: CIS.
Comentarios
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Useche Inchauspe
1 julio 2020, 15:13
Crescer através das dificuldades… Sò da pra florescer com espaço, ainda que esse seja uma fratura de um sistema jà consolidado, tipo as flores que crescem no meio de uma rocha que rachou.
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Nao romantizar o passado, mas saber que diversos futuros refletem diversos passados, alguns presentes. Em certas culturas indìgenas «o passado està a nossa frente, pois é o que conseguimos ver» (Loth). Serve pra nao cometer os mesmos erros, e perceber se estamos seguindo na estrada correta.
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Cabe aqui também uma consideraçao conhecida como «Argumento egoista para um mundo melhor» :
O mundo se torna um lugar melhor PRA MIM se eu me esforço em tornar esse um lugar melhor PROS OUTROS. Apesar de individualista/egoìsta é uma coisa que me conforta muito. Fonte: A Selfish Argument for Making the World a Better Place – Egoistic Altruism
https://www.youtube.com/watch?v=rvskMHn0sqQDepois faço outras consideraçoes, nao terminei a leitura, acabou o café!