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Las subalternas no pueden ser anexos

15 diciembre, 2020
Las subalternas no pueden ser anexos

 “La creación de alteridad […] es la creación del nosotros/as; de modo que las prácticas descolonizadoras, el proceso de desaprender es una tarea que si bien la mestiza toma sobre sus hombros para hacerse con la palabra y resistir ante un régimen de muerte también pide que tú lo hagas: que podamos atravesar el espacio que va del nosotros/as y el ellos/as a nos/otras. Esta es nuestra batalla, sí; de nos/otras depende poder contestar afirmativamente a la teórica hindú Gayatri Spivak […] cuando se pregunta si el subalterno puede hablar” (Palacio, 2020: 102).

Es siempre necesaria la discusión sobre si lo subalterno pierde su fuerza cuando se introduce en el canon científico. Desafortunadamente, es necesario este debate porque continúa existiendo ese lugar construido por una mayoría simbólica, que no numérica, que determina quién hace Ciencia Social y quién no. Sin embargo, a la luz de lo que a continuación desarrollo, cabe pensar que la contraposición “canon sociológico-subalternidad” forma parte únicamente de una construcción que sirve como pretexto para perpetuar un estado de las cosas cómodo para algunos, pues carece de base sólida y parece desmontable con relativa facilidad.

“Costumbre, pereza, confianza en una historia o en una crítica que ya está corrupta, desconocimiento […], el deseo de no perturbar la comodidad con la que se vive dentro de esa ignorancia […], el deseo de permanecer en un club exclusivamente masculino y blanco que resulta, a pesar de sus desventajas, familiar y acogedor, y a veces el convencimiento de que permitir que gente ajena entre en el club perturbará, ya sea a nivel económico o de otro modo, la estructura quid pro quo que hace que el club siga existiendo” (Russ, 2018: 87).

¿Qué es la subalternidad? Coloco a continuación un pequeño listado de mujeres reconocidas por la Academia cuyas obras, sin embargo, pasan desapercibidas para la mayor parte del profesorado (eternamente agradecida a las excepciones): Maria Ángeles Durán (nacida en 1942), primera mujer en conseguir una Cátedra de Sociología en España y fundadora del Instituto Universitario de Estudios de la Mujer también en España; Arlie Russell Hochschild (nacida en 1940), socióloga y profesora emérita de Sociología en la Universidad de California, en Berkeley, con obras traducidas a 14 idiomas; Carole Pateman (nacida en 1940), teórica política y feminista británica, miembro de la Academia Británica. Todas ellas mujeres con espacio en la Academia y contemporáneas de teóricos de los que, a estas alturas, sí hemos oído hablar innumerables veces: François Dubet (nacido en 1946), José Joaquín Brunner (nacido en 1944), Bruno Latour (nacido en 1947), Michel Maffesoli (1944). Me cuesta gran esfuerzo no situar a estas mujeres, legitimadas por la Academia, dentro del canon sociológico, de hecho, me alegra ver que su buen hacer y su esfuerzo han conseguido lo que para mí es redefinir parcialmente el canon. Quedo, como estudiante implicada, perpleja. No termino de encontrar una justificación para que estas científicas sociales continúen siendo obviadas en el currículum oficial del grado en Sociología. Necesito explicaciones al hecho de que, en tercer curso, se nos esté omitiendo semejante cantidad de conocimiento.

De una forma similar al hecho de que la proclamación de los pueblos indígenas como seres racionales por parte del Papa Pablo III no resolvió la disputa sobre la humanidad indígena entre los teólogos católicos (Fregoso, 2019), la legitimación de un gran número de sociólogas y otras muchas científicas sociales por parte de la Academia, no parece haber resuelto la cuestión de la necesidad de conocer sus obras para una formación competente. Pienso que tal vez la palabra “canon” sirva a la sociología conservadora y a sus seguidores y perpetuadores como sirve la palabra “familia” a los fundamentalistas cristianos, o “nación” a quienes temen perder su patrimonio. Tal vez sean idólatras, pues, como advierte Donna Haraway, “desde el momento que recitas el nombre de Dios, eres una idólatra. Desde el instante que piensas que has encontrado un nombre claro te conviertes en idólatra” (Terranova, 2016: min. 43).

Si todo es subalterno, nada lo es

 “Cuando la obra de una autora […] logra ingresar en el canon de los Grandes, el Permanente o (al menos) el Serio, quedan dos maneras de distorsionar el éxito de dicha autora. Mediante una cuidada selección es posible crear lo que quisiera denominar el mito del logro aislado, esto es, la impresión de que a pesar de que X aparece en esta historia de la literatura o en ese plan de estudios o en aquella antología, solo se debe a un libro o a un puñado de (normalmente los mismos) poemas, y por tanto el resto de la obra de X se considera que no existe o que es inferior” (Russ, 2018: 123).

Escudarnos en la fuerza de lo subalterno por el hecho de serlo puede interpretarse como una traslación de responsabilidad a quienes, en el pasado, impidieron que teorías de personas consideradas social y profesionalmente menos válidas formaran parte del acervo sociológico. Salvando las enormes distancias, se puede hallar cierto paralelismo entre lo mencionado y la forma en que la policía mexicana trata de distanciarse del término peyorativo NHI (No Human Involved), utilizado para nombrar los casos en los que las víctimas eran de una categoría inferior, argumentando que es un término antiguo. (Fregoso, 2019: 74). Recalcando que las distancias son grandes, pues Fregoso habla sobre la realidad de los feminicidios en México, sirva como ejemplo de cómo tenemos la capacidad de escudarnos en lo que en el pasado fue para justificar lo que en el presente es.

¿Cuáles son las consecuencias sociológicas de continuar con una dinámica excluyente que, pese a los avances, continúa ofreciendo tantas resistencias al cambio? Carmen Boullosa, refiriéndose a autoras de las décadas 1970-1980 asegura que “[l]a visibilidad de un canon misógino nos quedaba invisible. No alcanzábamos a ver cómo desfiguraba una historia literaria también misógina, cuánto desfiguraba la presencia de otras grandes” (Boullosa, 2020). Ciertamente, esta gran novelista y poeta mexicana, no se refiere específicamente al canon que en este trabajo se trata, sino al canon literario, sin embargo, tomo esta cita sin modificación porque, ¿acaso la literatura de Gloria Anzaldúa, Adrienne Rich, Luisa Carnés, o Conceição Evaristo, no se puede considerar análisis sociológico? Si nos adentrásemos en el debate científico y dejásemos a un lado la cuestión política -cosa bajo mi punto de vista ilusoria cuando hablamos de qué es subalterno y qué es canon-, ¿sería científicamente responsable dejar en el margen, y a merced de la curiosidad extra del alumnado, la Ciencia Social “no canónica”, pero sí realizada bajo los parámetros de lo que debe ser una ciencia bien hecha (puesto que ha sido aceptada por la Academia)? ¿Deberían realizar un recorrido ético y político quienes se responsabilizan de la enseñanza de la Ciencia Social (y cualquier otra ciencia) con el fin de contribuir al enriquecimiento y mejora de calidad de la misma?

Una de las preguntas a las que podría enfrentarse quien ostenta semejante responsabilidad es ¿cuánto castra la creatividad de las estudiantes lo que se enseña o, mejor dicho, lo que no se enseña? La política y médica española Carme Valls Llobet afirma que “para renacer por nosotras mismas hemos de reconstruir la propia subjetividad, que ya no nos vendrá dada por las opiniones o las actitudes de nuestro entorno personal” (Valls Llobet, 2020: 478), para lo cual es necesario el autoconocimiento como seres individuales e, indivisiblemente, como colectivo. Esta es una tarea de gran dificultad que exige un alto nivel de politización y de energía extra cuando la mayoría de las lecturas imprescindibles para la superación de las materias recibidas en la carrera de Sociología están desarrolladas desde perspectivas situadas en las antípodas de las propias subjetividades. ¿Quién es capaz de crear cuando no encuentra apoyatura teórica que sustente lo que intuye? La formulación sobre el proceso de teorización que se enseña en las universidades (generar diálogo entre diferentes teorías para terminar creando una propia) resulta en parte incompatible con la omisión de figuras académicas cuyos puntos de vista marcaron diferencias: “para poder disfrutar y entender [dice Valls Llobet], hemos de colaborar en el origen de la ciencia que nos hace libres para que esta no se convierta en una forma más de coerción” (Valls Llobet, 2020: 477).

Seguir llamando subalternas a las pensadoras mujeres y/o utilizar la supuesta fuerza que le otorga esa subalternidad impuesta y mantenida a la fuerza pone en cuestión no solo la razón de ser del canon, sino la calidad científica del mismo. Es más, puede cuestionar la razón de ser de la Ciencia Social en sí misma. Nos sumerge en un mar de dudas sobre el quehacer sociológico a quienes descubrimos la invisibilización de mujeres como Emily Greene Balch (1867-1961), académica, socióloga, economista, escritora, sindicalista y pacifista, que formó parte, en 1915 del Congreso Internacional de mujeres en la Haya, participó en una serie de proyectos de la Sociedad de las Naciones y ganó, en 1946, el Premio Nobel de la Paz (premio compartido con John Raleigh Mott) (Izquierdo Olmo et. al., 2018). ¿De qué se ocupa el estudio de la Historia de la Sociología si no menciona a mujeres de este calado? ¿De qué se ocupa la Sociología si resta importancia a logros de este tipo? Ni siquiera el canon sociológico que tanto se intenta proteger es científicamente del todo fiable si es construido y reproducido bajo criterios excluyentes.

Hacia dónde mirar

En su hermoso y explícito texto, Por una declaración pluriversal de los Derechos Humanos, Rosa Linda Fregoso cuestiona el valor y las consecuencias de los Derechos Humanos tal y como se establecieron (desde leyes liberales hechas por varones blancos europeos) y pone sobre la mesa la posibilidad de generar nuevos conceptos o resignificar los ya establecidos (2019). En la misma línea, el canon sociológico puede ser revisado, cuestionado, modificado y resignificado sin detrimento del propio canon (recordemos que es una construcción social más, y como tal, se puede remodelar) ni, mucho menos, en detrimento de las teóricas subalternas. «Una perspectiva decolonizadora sobre los derechos humanos supone pensar desde los espacios que la modernidad no pudo ni puede aún imaginar […] pensando desde epistemologías que resultaron subordinadas en el proceso de colonización« (Fregoso, 2019: 77). Esos espacios pueden ser lugares que la historia se ha encargado de desfigurar o de arrasar (Didi-Huberman, 2015) y que cabe presentar como una “especie de evidencia abrupta” que impone una sensación ambivalente de “distancia y de proximidad a la vez, sensación mezclada de lo extraño y […] de lo familiar” (op. cit.: 235). ¿Para qué volver a esos lugares? Se pregunta el autor Didi-Huberman: para entender que ese lugar, pese a no ser ya visible, no tiene nada de imaginario; para ver lo que tenemos delante y entender lo que se encuentra entre “un pasado de la destrucción y un presente en el que esta misma destrucción, aunque desfigurada, no se ha movido” (op. cit.: 236).

De la misma forma que Frantz Fanon “rechaza[ba] la tesis más general de que la humanidad es una calidad que puede ser quitada o devuelta” (Fregoso, 2019: 75), podemos rechazar la tesis de que las categorías “canónico” y “subalterno” puedan ser otorgadas o suprimidas en el ámbito científico sin argumentos sólidos. ¿Cuáles pueden ser esos argumentos? Tal vez los mismos que se exponen para obtención de un título académico. No es una solución definitiva ni perfecta, ni mucho menos, pero, al menos, empezaría a solucionar el problema de encontrarnos como teorías “anexo” obras que cumplen todos los requisitos científicos. Evitaría la confusión que provoca encontrarnos fuera del canon a mujeres como Alaíde Foppa, creadora de la primera Cátedra mundial en Sociología de la Mujer en la Universidad Autónoma de México (Solórzano Foppa, 2020).

“¿Qué historia, qué sociología, qué economía tendrán en cuenta lo inopinado de los acontecimientos, sino por medio de las anécdotas?” (Duvignaud, 1990: 157). Tal vez, entre otras, la que llevan realizando desde hace más de un siglo, pensadoras invisibilizadas. Pongamos como ejemplo a Jane Addams y su libro El largo camino de la memoria de las mujeres. A lo largo de seis capítulos, y haciendo gala de una escritura sencilla, clara y evocadora, Jane Addams cuenta cómo el rumor de que en la Hull House (asentamiento social creado y dirigido por ella y otras muchas mujeres) había nacido un “Bebé Diablo” con “pezuñas, orejas puntiagudas y una cola diminuta”, había atraído a una gran cantidad de mujeres, muchas de ellas ancianas, hasta el asentamiento. Entre las personas visitantes se encontraban desde amas de casa sin formación alguna hasta miembros de la comunidad médica que aseguraban que su interés era científico. Todas ellas compartían la necesidad de creer en la existencia del bebé monstruoso pasando por encima del hecho de que durante semanas esta noticia no llegase a los periódicos y de que las residentes en la Hull House repitieran una y otra vez que tal fenómeno nunca había ocurrido. Addams, que al comienzo sentía cierta indignación por este comportamiento típicamente humano (Addams, 2014), terminó sintiéndose maravillada por él; el equipo de trabajadoras de la Hull House se encontraba ante lo que la psicología llamaba “contagio de emociones unido a esa sociabilidad estética que hace que arrastremos a toda la familia a la ventana cuando una procesión pasa por la calle o un arcoíris aparece en el cielo” (op. cit.: 11). Tal vez, la “existencia subterránea [que] acompaña a la marcha formal de los acontecimientos” (Duvignaud, 1990: 157) después de la cual aparecen visibles las causas que los provocaron, y que termina actuando con mayor fuerza que ese mismo conjunto de causas sea (Ibidem), en el caso del estudio realizado por Jane Addams sea aquel acto impulsivo e irreflexivo de las mujeres que acudían a la Hull House a ver al ser de cuya existencia no había prueba alguna. Acto no cuestionado de cruzar, en ocasiones, la ciudad o el país para conocer lo que necesitaban conocer. Acto que solo fue objetivado cuando las observadoras se dejaron llevar por esas sociabilidades perecederas pero reales creadas mediante “malabarismos con las creencias, las normas o los valores establecidos” (op. cit.:159). Las mujeres que acudían a la Hull House en busca del “Bebé Diablo” buscaban hacer real lo que en sus cabezas se hallaba para dar sentido y consistencia a una vida de silencio y desprecio, como sucede, en mayor o menor medida, con las solidaridades creadas en momentos de efervescencia colectiva (momentos de celebración o de apoyo mutuo entre personas conocidas o desconocidas). Jane Addams lo hizo: observó las anécdotas y, a través de ellas, habló de lo inopinado, de lo inexpresado. Pero Addams se ocupó aquí de la memoria de las mujeres, memoria nunca merecedora de un primer plano.

“¿Hablamos el lenguaje de los hombres o el silencio de las mujeres? Mi respuesta es que hablamos ambos […]. O, mejor dicho, debemos perseguir estrategias de discurso que otorguen voces al silencio de las mujeres dentro, a través, contra, por encima, por debajo y más allá del lenguaje de los hombres” (Teresa de Lauretis en Valls Llobet, 2020: 455).

Quienes nos identificamos con lo que se sigue dando en llamar lo subalterno decidimos cargar en nuestros hombros, como la mestiza, con la responsabilidad de saber, leer, estudiar y pelear incansablemente para que las subalternas dejen de ser anexos de un canon que dificulta el acceso a la igualdad de oportunidades. Pero interpelamos directamente a quienes tienen, desde su posición privilegiada, la posibilidad de acompañarnos en el camino, pues el poder de transmitir conocimiento conlleva la gran responsabilidad de repensar continuamente el impacto de lo que se transmite. Querer cambiar el canon, querer resignificarlo o querer eliminarlo es una posición política, sí, tan política como la decisión de no hacerlo. Si admitimos que el canon tiene un valor disciplinante que, en cierto modo, es necesario para el funcionamiento pedagógico, podemos estar de acuerdo en que tomar como opcional y no obligatorio el estudio de las teóricas reconocidas por una gran parte de Academia puede tener el efecto de no aprenderlas como es debido (con una estructura, un planteamiento definido y unos tiempos para el debate). El sesgo clasista que impide que todas las personas puedan en la práctica acceder a estudios superiores es comparable al sesgo androcéntrico que dificulta que, en la práctica, las mujeres tengamos las mismas facilidades que los hombres para generar teorías propias libres de complejos de inferioridad.

Bibliografía:

Addams, Jane (2014). El largo camino de la memoria de las mujeres. Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza.

Boullosa, Carmen (09/06/2020). Conferencia: La invisibilidad visible: autoras hispanoamericanas fundamentales. Carmen Boullosa. [Archivo en línea], disponible en https://www.youtube.com/watch?v=tNpnkCOvNdg&t=2043s [Consultado el 13/12/2020].

Didi-Huberman, Georges (2015). Fasmas. Ensayos sobre la aparición 1. Santander: Shangrila.

Duvignaud, Jean (1990). La solidaridad. Vínculos de sangre y vínculos de afinidad. México: F.C.E.

Fregoso, Rosa Linda (2019). “Por una declaración pluriversal de los Derechos Humanos”. Jueces para la Democracia. Información y debate (95), 72-95.

Izquierdo Olmo, Almudena et. al. (2018). Mujeres que se opusieron a la Primera Guerra Mundial. Madrid: Mujeres de Negro contra la guerra, Madrid; La Malatesta.

Palacio, Martha (2020). Gloria Anzaldúa: Poscolonialidad y feminismo. Barcelona: Gedisa.

Russ, Joanna (2018). Cómo acabar con la escritura de las mujeres. Sevilla: Barrett / Dos Bigotes.

Solórzano Foppa, Julio (04/12/2020). Mesa “Desapariciones forzadas”. [Archivo en línea], disponible en https://www.youtube.com/watch?v=FDD9SPrdm2w [Consultado el 13/12/2020].

Terranova, Fabrizio (2016). Donna Haraway: cuentos para la supervivencia terrenal [Documental]. Descargable en https://lalulula.tv/cine/100076/donna-haraway-cuentos-para-la-supervivencia-terrenal.

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